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Si la practicidad de comprar todos nuestros alimentos envasados nos deja con una montaña de residuos que cada día crece más, entonces lo práctico se vuelve incómodo. El tiempo que se nos promete ahorrar a la hora de comprar todo listo para consumir, ¿realmente vale la pena?
Creado en la década de 1930 y popularizado en los años 50, el uso del plástico en forma de película o “papel film” para envolver alimentos se volvió indispensable en las cocinas de todo el mundo por su practicidad, sobre todo a la hora de guardar bocadillos o (las mal llamadas) sobras de las comidas. Esta invención marcó un enorme cambio en nuestros hábitos de compra, la introducción de la comida empaquetada y congelada, el pan ya rebanado en bolsas, la fruta y verdura pelada, cortada y envasada se volvieron parte de nuestro consumo cotidiano dejando atrás tradiciones históricamente más sostenibles.
A cambio de nuestra conveniencia estamos comprometiendo al medio ambiente y afectando nuestra salud. La película de plástico es prácticamente imposible de reciclar ya que contiene láminas muy finas que son extremadamente difíciles de separar. Si se descompone, aumenta la cantidad de microplásticos que amenaza la salud de los ecosistemas marinos. Si se incinera o acumula en un vertedero libera dioxinas, unos compuestos tóxicos que según la OMS, “acaban en la cadena alimentaria registrándose en algunos suelos, sedimentos y alimentos, especialmente los productos lácteos, carnes, pescados y mariscos”.
Sólo basta con mirar atrás y aprender de las generaciones que todo lo reutilizaban: los almuerzos eran transportados en tápers metálicos (fiambreras), las botellas de cristal para leche o bebidas eran retornables (como las que se utilizan en algunos restaurantes), para la compra se utilizaban cestos de mimbre o carros, la fruta, verdura, huevos, carnes y pescados se envolvían en papel estraza y para comprar pan o productos a granel se traían bolsas de tela desde casa.
La velocidad con la que nos adaptamos a la inserción del plástico en la vida cotidiana no nos dio el tiempo de pensar en sus efectos a largo plazo. La gravedad de la situación ambiental es lo que nos lleva a reflexionar en cuando lo práctico se vuelve incómodo y qué medidas podemos tomar con respecto a nuestras costumbres de consumo.
Aunque existe un privilegio en el acceso a ciertos productos y sus maneras de obtenerlos, y a pesar de que no todos todo el tiempo podamos tener la libertad de elegir, está en nuestras manos ir por la opción “incómoda” como una manera de rebelarnos contra el sistema de consumo masivo.
La visita al mercado del barrio donde poder comprar sin envases, los alimentos a granel de las pequeñas tiendas, hornear el pan en casa, preparar una comida en familia… elegir el camino largo nos dará la satisfacción de haber dedicado un momento a ser más conscientes sobre las alternativas amables con el planeta, y disfrutar de ese tiempo nos ayudará a adoptar estos hábitos.
Tenemos que ser capaces de encontrar satisfacción en cada acción y ser conscientes de que el tiempo extra que dedicamos vale la pena.
Una excelente opción para reducir el uso del plástico film es en efecto el uso de envases, bolsas y envoltorios reutilizables. Volver a los materiales con los que nos las arreglábamos antes, reusar los botes de cristal para guardar alimentos en la alacena o llevar con nosotros una bolsa para poder decir que no a la bolsa de plástico ante cualquier compra de último momento.
Con respecto a la conservación de alimentos, podemos inspirarnos en las alternativas ecológicas que se utilizaban en la antigüedad, bolsas de telas para el pan o envoltorios de cera de abeja para mantener las frutas y verduras frescas durante más tiempo. Con esta opción compostable podremos envolver con facilidad los alimentos sin perjudicar nuestra salud ni la del planeta.
¿Pones en práctica alguna de estas acciones? Comparte tus ideas y opiniones con nosotros en los comentarios!
Nos tomamos un descanso hasta el 3 de febrero.
Los nuevos pedidos serán enviados a partir de esa fecha.
¡Muchas gracias!
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